lunes, 17 de octubre de 2011

Leyenda de un sabio cínico..




Diógenes entre los sabios cínicos es seguramente el más cautivante, al punto que su figura se ha convertido en una leyenda. Se cuenta que vivía en un tonel. Su aspecto era descuidado y su estilo burlón. Era en extremo transgresor.Platón llegó a decir de él que era “un Sócrates que se había vuelto loco”.
Nacido en Sínope, la actual Turquía, en el año 413 a.C. Por cuestiones económicas fue desterrado de su ciudad natal, hecho que tomó con cierta ironía: «Ellos me condenan a irme y yo los condeno a quedarse.» Fue así que anduvo por Esparta, Corinto y Atenas. En esta última ciudad, frecuentando el gimnasio Cinosargo, se hizo discípulo de Antístenes.
A partir de entonces adoptó la indumentaria, las ideas y el estilo de vida de los cínicos. Vivió en la más absoluta austeridad y criticó sin piedad las instituciones sociales. Su comida era sencilla. Dormía en la calle o bajo algún pórtico. Mostraba desprecio por las normas sociales. Se burlaba de los hombres cultos —que leían los sufrimientos de Ulises en la Odisea mientras desatendían los suyos propios— y de los sofistas y los teóricos —que se ocupaban de hacer valer la verdad y no de practicarla—. También menospreciaba las Ciencias (la Geometría, la Astronomía y la Música) que no conducían a la verdadera felicidad, a la autosuficiencia.
Sólo admitía tener lo indispensable. Cuentan que un día, viendo que un muchacho tomaba agua con las manos, comprendió que no necesitaba su jarro y lo arrojó lejos.
En otra ocasión, cuando estaba en Corinto, cuando el mismísimo Alejandro Magno se le acercó y le preguntó: «¿Hay algo que pueda hacer por ti?»,  Diógenes le respondió: «Sí, correrte. Me estás tapando el sol.»
“Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño»”.
“Alguien muy supersticioso le amenazó: «De un solo puñetazo te romperé la cara»”; Diógenes replicó: « Y yo, de un solo estornudo a tu izquierda te haré temblar»”.
“Habiéndole uno invitado a entrar en su lujosa mansión, le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cual Diógenes arrancó una buena flema y la escupió a la cara del dueño, para decirle después que no le había sido posible hallar lugar más inmundo en toda la casa”.
“A uno que le reprochó: «Te dedicas a la filosofía y nada sabes», le respondió: «Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía»”.
“A uno que le manifestó el deseo de filosofar junto a él, Diógenes le entregó un atún y le ordenó seguirle. Aquél, avergonzado de llevarlo, se deshizo del atún y se alejó. Diógenes se encontró con él al cabo de un tiempo y, riéndose, exclamó: «Un atún ha echado a perder nuestra amistad»”.
“En otra ocasión, gritó: « ¡Hombres a mí!» Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: «Hombres he dicho, no basura»”.
“Estaba en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía, contestó: «Me ejercito en fracasar.»
Para mendigar –lo que hacía a causa de su pobreza- usaba la fórmula: «Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo.»”
“« ¿Por qué –se le preguntó- la gente da dinero a los mendigos y no a los filósofos?» «Porque –repuso- piensan que, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero filósofos, jamás»”.
“Pedía limosna a un individuo de mal carácter. Este le dijo: «Te daré, si logras convencerme.» «Si yo fuera capaz de persuadirte –contestó Diógenes- te persuadiría para que te ahorcaras»”.
“En un banquete algunos le echaron huesos, como si fuera un perro: Diógenes, comportándose como un perro, orinó allí mismo”.
En una oportunidad salió a una plaza de Atenas en pleno día portando una lámpara. Mientras caminaba decía: «Busco a un hombre.» «La ciudad está llena de hombres», le dijeron. A lo que él respondió: «Busco a un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo [no un indiferenciado miembro del rebaño].»
Durante un viaje en barco fue secuestrado por piratas y vendido como esclavo en Creta. Los vendedores le preguntaron para qué era hábil y él contestó: «Para mandar.» Lo compró Xeniades de Corinto y le devolvió la libertad convirtiéndolo en tutor de sus hijos.
Diógenes escribió varias obras, probablemente en forma de aforismos, que se han perdido.   Murió en Corinto en el año 327 a.C. Algunos afirman que se suicidó conteniendo el aliento; otros que falleció por las mordeduras de un perro.
 
 
 

 

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