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Por los años de 1830 a 1844, la sociedad peruana estaba muy atareada en resolver grandes problemas en la recién instaurada república. Eran los años difíciles de la Confederación Peruano-Boliviana. No había tiempo para danzar, por lo que, según los cronistas, el vals recién entraría a mediados de siglo, luego del gobierno del Mariscal Ramón Castilla.
En los albores del nuevo siglo surgen entonces nombres que harían relucir el cantar ciudadano. Aparecen Eduardo Montes y César Augusto Manrique en el distrito de los Barrios Altos; ellos son los primeros en grabar para la casa Columbia cerca de 195 discos de música peruana, todo un hito para esa época.
Músicos como José Bocanegra, bandurrista y guitarrista nos legan valiosas piezas de colección para el criollismo. Otros títulos como "Idolo" de Sancho Dávila, "Capulí " de Nicanor Casas, alcanzan mucha popularidad entre el público.
Como una centella aparece en el firmamento musical don Felipe Pinglo Alva, paradigma del criollismo de todos los tiempos, con sus letras plagadas de crónicas políticas de la crisis de la época. "El plebeyo", "El huerto de mi amada", "El espejo de mi vida" son algunas de sus más famosas composiciones. Para muchos, fue con Pinglo que la música criolla llegó a encumbrarse al máximo en el gusto de los limeños de esos tiempos.
Con el advenimiento de la radio se populariza mucho más el ritmo criollo. Algunos cronistas recuerdan que las emisoras radiales convocaban con fines de promoción a los más renombrados intérpretes del criollismo para que actúen en vivo. Según dicen, la aceptación del público era multitudinaria y los artistas disfrutaban directamente del calor popular.
Serafina Quinteras, la primera poetisa de la canción criolla con su "Muñeca Rota", Lorenzo Humberto Sotomayor y su vals "Corazón" y César Miró con "Todos vuelven" son los más "sonados" del criollismo.
En los años cincuenta, los puntos de reunión son los centros musicales como el "Felipe Pinglo Alva", el "Carlos Saco" en Barrios Altos, el "Ricardo Palma" en Surquillo, el "Valderrama" en el Rímac entre otros, dispersos, en ese entonces, en la aún creciente ciudad de Lima.
Era tanta la expectativa que los obreros y trabajadores ahorraban parte de su sueldo todo el año para poder celebrar el 31 de octubre como si se tratara de la festividad de Navidad o Año Nuevo. Narran los viejos criollos que, a pocos minutos de las doce de la noche, los grupos se apostaban a unos metros del centro musical para dar inicio a la serenata cuando fuera la medianoche, y para estrecharse en un cordial abrazo por tal memorable fecha.
Además, se organizaban caravanas en donde los directivos de los centros musicales se turnaban año a año la visita a los demás locales, sea en los barrios de La Victoria, Rímac, Barrios Altos, Lince, etc., terminando el recorrido en la madrugada al llegar a su respectivo centro musical, donde igualmente empezaba la jarana de "rompe y raja".
La Limeñita y Ascoy, Jorge Huirse, Eloísa Angulo, Teresa Velásquez, Manuel "Chato" Raygada, Alicia Maguiña, Augusto Polo Campos, José Escajadillo, Luis Aberlardo Núñez, Félix Pasache, la Reina y Señora de la Canción Criolla Jesús Vásquez, conforman una gama de intérpretes y compositores que eternamente perdurarán en el sentir del pueblo.
- Felipe Pinglo Alva -
La noche cubre ya con su negro crespón, de la ciudad, las calles que cruza la gente con pausada acción. La luz artificial, con débil proyección, propicia la penumbra que esconde en su sombra venganza y traición. Después de laborar, vuelve a su humilde hogar, Luis Enrique, el plebeyo, el hijo del pueblo, el hombre que supo amar, y que sufriendo está esa infamante ley de amar a una aristócrata siendo plebeyo él. Trémulo de emoción, dice así en su canción: El amor siendo humano, tiene algo de divino. Amar no es un delito, porque hasta Dios amó. Y si el cariño es puro y el deseo es sincero, ¿por qué quitarme quieren la fe del corazón? Mi sangre, aunque plebeya, también tiñe de rojo el alma en que se anida mi incomparable amor. Ella de noble cuna y yo, humilde plebeyo, no es distinta la sangre, ni es otro el corazón. Señor, ¿por qué los seres no son de igual valor? Así en duelo mortal, abolengo y pasión, en silenciosa lucha condenarnos suelen a grande dolor, al ver que un querer, porque plebeyo es, delinque si pretende la enguantada mano de fina mujer. El corazón que ve destruido su ideal, reacciona y se levanta en franca rebeldía, que esconde en su humilde faz. y el plebeyo de ayer es el rebelde de hoy, que por doquier pregona la igualdad en el amor.
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