Muchas veces cuando hablamos del desapego nos imaginamos a un monje zen meditando en lo alto de una montaña nevada; pensamos en aquellas personas que han logrado un nivel superior espiritual y que viven sin apegos terrenales o posesiones materiales, y nos imaginamos que lograr una cosa semejante es casi imposible para alguien común y corriente.
Pues nos equivocamos. El desapego va más allá del desprendimiento material (aunque éste también sea una forma de liberación) y es algo que puede practicarse todos los días y en diferentes esferas de la vida.
Pues nos equivocamos. El desapego va más allá del desprendimiento material (aunque éste también sea una forma de liberación) y es algo que puede practicarse todos los días y en diferentes esferas de la vida.
Desapegarse de algo quiere decir dejarlo ir. Vivimos en una cultura que promueve la acumulación de objetos. Hemos creado nuestra identidad y seguridad personal basados en las cosas que nos pertenecen, pero no nos damos cuenta que lo que en realidad estamos construyendo es una prisión. Necesitamos poseer cada vez más y más para sentirnos a gusto, cuando en realidad necesitamos mucho menos de lo que tenemos para ser felices o estar tranquilos. Cuando dejamos ir una pertenencia material, podemos ayudar a otros (que tal vez la necesiten más que nosotros), y además nos liberamos de la necesidad de poseerla. Un gesto de desapego es donar aquello que ya no usamos, dejar ir eso que ya no nos sirve.
Lo mismo sucede con el apego emocional. El desapego emocional nos hace más generosos, nos lleva a dar sin apegarnos a una respuesta o una retribución, pero además renueva nuestra capacidad afectiva. A veces hay que dejar ir emociones que tenemos atascadas adentro, afectos que caducaron hace años o rencores que estorban en nuestro interior. Si nuestro corazón fuera el cuarto de las cosas olvidadas, y entráramos en él, seguramente encontraríamos chécheres viejos que guardamos para otro momento y nunca volvimos a usar; tal vez recuperaríamos valiosos tesoros llenos de polvo y descubriríamos que no le vendría mal un día de limpieza y reorganización. Mira en tu interior y piensa qué cosas llevan años ahí sin ningún propósito y cuáles has dejado de lado por pensar en lo urgente de todos los días... suelta todo lo que ya no tenga propósito, desvincúlate emocionalmente de lo que ya no te enriquece y hazle espacio a todo lo nuevo que sí necesitas, verás cómo te sientes más liviano.
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