2.1. Análisis de las fuentes de ansiedad Se asevera en términos de estrategia que un paso para vencer al enemigo es conocerlo. Aunque que nuestro enemigo no tiene que ser necesariamente la angustia como tal (ya que no deja de ser una emoción normal y necesaria), sí que nos plantearemos evitar un exceso perjudicial e innecesario de malestar, conociendo de qué forma y porqué razones se dispara su presencia, que pensamientos, sentimientos y sensaciones físicas han surgido en la situación generadora. Un procedimiento consiste en llevar un Diario de Angustias, en el que anotemos cualquier pico de ansiedad significativo, tratando de averiguar qué circunstancia concreta lo ha provocado, porqué razón,experimentando qué sensaciones y qué hemos elaborado en tal circunstancia. Si no localizamos hechos concretos desencadenantes de la angustia, sustituiremos los estímulos por una lista de hipótesis que respondan a las preguntas "¿Qué cosas de las que me suceden últimamente podrían estar influyendo?', ¿Cuales son las inquietudes que acuden a mi mente?'.
Vemos que hay dos clases de maneras de presentarse la angustia:
Siguiendo un modelo de causa -> reacción Siguiendo un modelo de 'no sé porqué pero me encuentro nervioso/a' En este supuesto tendremos que hacer constar la clase de incidente, ya que podemos ser muy susceptibles a un cierto tipo de cosas como recibir una contestación airada, el que se nos preste poca atención,el caso de que esperásemos ayuda y no nos la den, el resultar agriamente criticados, no ser tratados con suficiente delicadeza, no nos dicen la frase que queríamos exactamente oír, nos comunican una noticia fustrante, etc. Una buena colección de hechos disparadores nos dan un buen perfil de nuestros puntos débiles más sensibles a la respuesta ansiosa. Esta información agudizará la necesidad de averiguar cómo hacen las demás personas para manejar con soltura ese tipo de situaciones.
No tiene menor importancia aclarar el tipo de reacciones que hemos tenido: si nos hemos obsesionado con el incidente (a modo de martillo machacando nuestra mente una y otra vez), si nos hemos sentido desgraciados, desvalidos, injustamente tratados, escandalizados, si nos hemos abandonado a la tristeza y al duelo, dejando de hacer aquellas cosas que nos harían olvidar el momento desagradable...
Las emociones disfóricas como la angustia, la ira o la tristeza son muy magnéticas y tienden a pegarse de sí mismas y desatender cualquier posibilidad de cambio, como si una vez dentro de nosotros quisieran aumentar de intensidad y extensión.
Estas formas de responder plantean también la necesidad de mejorar numerosas aspectos de control emocional, tales como acortar la reacción desagradable, minimizarla, elaborarla y digerirla, encontrar alternativas de acción oportunas, y a ser posible todo ello acompañado de un esfuerzo de comprensión de nuestras claves más significativas de reacción emocional.
En ocasiones la persona sufridora padece de exceso de pasividad porque está muy centrada en constatar lo mal que se encuentra, lo injusto que es, lo que debería ser, etc., pero en realidad no actúa, sólo constata, remarca su propia sensibilidad herida. El vividor no gasta demasiado tiempo en sentirse mal sin que rápidamente esté preguntándose "¿Y ahora cómo podría arreglar esto?' o "¿Qué podría hacer para sentirme bien de nuevo?' o "¿Qué haré la próxima vez para tener mejores resultados?" ...
Las personas ansiosas tienen con harta frecuencia una visión peculiar sobre lo que son problemas que les acarrea un enorme desasosiego. Esta visión consistiría en suponer que un problema nunca debería existir, y que si por lo tanto ocurre es una catástrofe, algún culpable ha fallado o ha dado un mal paso imperdonable. Partimos de la idea de que el curso de la vida social es imprescindible que sea ordenado y perfecto y que si todos cumpliéramos con nuestro deber nunca habrían desbarajustes.
¿Pero ese ideal ha existido alguna vez?, ¿o más bien lo podríamos contemplar como paraíso que nunca ha existido mas que en las fabulas bien intencionadas? A veces confundimos la protección cálida y armónica de las vivencias infantiles con el mundo económico, histórico y social en continuo devenir caótico.
En contraste con los ideales de perfección -que parecen estar más pensados en hacernos sufrir y enemistarnos con la humanidad-, podríamos considerar los problemas exactamente como lo que son: un error o situación no prevista ante la cual no sabemos todavía cual es la mejor manera de responder.
Orientarnos hacia la solución de problemas requiere un método intelectual práctico mediante el cual nos hacemos las preguntas adecuadas tales como:
qué supuestos que estamos teniendo deben ser reformulados cómo podemos mejorar las garantías de eficacia qué situaciones, actores y motivaciones han cambiado Es necesario que el incidente lo situemos en un sistema más amplio sobre el cual podremos entender su significado (de forma similar a como una palabra concreta su sentido en una frase, pronunciada en un contexto). Una cosa es lo que sucede, por ejemplo supongamos que mi pareja está siendo menos atenta conmigo, y otra cosa es el momento en el que enmarcar el hecho, siguiendo con nuestras suposiciones : tener un hijo ha cambiado el modo de relacionarnos. O si eso no es suficiente podemos recordar cómo se construye el sistema de nuestros vínculos y así podríamos deducir: nuestros padres, que vienen mucho de visita, nos quitan también una intimidad que escasea. O aún más lejos: en la sociedad están instalándose cambios culturales en el modelo de comportamiento hombre-mujer y mi pareja me está tomando la delantera.
Buscar los porqués y las respuestas se puede hacer siguiendo una flecha que nos haga subir a una montaña más alta desde la cual contemplar el conjunto, lo que nos hará más sabios, entresacaremos la moraleja adecuada y nos capacitará a dar respuestas eficaces (unas que no son efímeras, que evitan la repetición contante de los mismos incidentes, que nos hacen ganar una cosa nueva mejor que lo que perdamos).
Por el contrario, cuando no vemos más allá de nuestras narices y nos concentramos exclusivamente en lo que va mal, acabamos encontrando una respuesta muy peligrosa: el mal es la persona, y esa persona se convierte en algo odiable y que hay que anular y suprimir (matado el perro eliminada la rabia). Esto, por lo general, crea una escalada de ofensas que hay quede volver con creces, resistencia pasiva, boicot silencioso y otra serie de conductas corrosivas y venenosas.
En comparación con este último derrotero la solución inteligente de problemas es mucho menos dura y costosa emocionalmente. De hecho proporciona mucha más paz y alegría, comparativamente al rencor, tristeza y angustia que acarrea la otra postura.
2.2. Las propias limitaciones. El arte del auto cuidado. ¿Qué placer me puedo permitir sin que se convierta en un abuso perjudicial? ¿Cuanto sacrificio puedo tolerar sin que el precio sea mayor que el beneficio que saco con él? Esto son preguntas de matiz, de puntería, porque a veces las cosas no son (a) o (b), blancas o negras, no son dicotómicas, sino que tienen una escala graduada de matices.
Cada uno debe poner marcas exactas a sus posibles. Por ejemplo, estoy bien si duermo 7h 30', estoy mal si bebo más de 2 cervezas, me relaja caminar 45 minutos, me estresa caminar 2 horas; 2000 calorías las necesito para estar en forma, 200 me crean problemas fisiológicos, 8000 me engordan. ¿Cuanto puedo pelearme al cabo del día por injusticias que padezco? ¿2 peleas es mi máximo sin que me quede traspuesto? ¿Cuanto puedo preocuparme por el futuro sin que mi presente se agobie por culpa de las incertidumbres de futuro que contemplo?
Nuestro auto conocimiento contendrá la curiosa paradoja de que desconozcamos cosas de nosotros que ciertamente somos, por otro lado, los mejor conocidos para nosotros mismos. A pesar de creernos limpios y transparentes ante nuestra mirada inspectora se pueden estar ocultando nuestros vicios más recalcitrantes, provocando con ello una extrema indulgencia y llevar a cabo con total impunidad toda suerte de auto engaños.
Podemos estar convencidos que si demoramos una cosa molesta que en cambio tendría como momento óptimo de realización precisamente el instante que intententamos eludir, para realizarla después (procrastinación) somos flexibles y razonables. J. Elster, en su estudio sobre racionalidad de la irracionalidad "Ulises y las sirenas' comenta un ejemplo de 'razonable' despilfarrador: una persona posee una cantidad de dinero y decide un primer año gastar la mitad, pero ser sensato guardando la otra media. Comoesta conducta le ha parecido razonable, el próximo año la utiliza para dividir la mitad que le ha quedado, y así dilapida 'muy equilibradamente' su capital en pocos años. En este ejemplo vemos como un esquema de comportamiento aparentemente sensato disimula el insensato con su piel de cordero.
2.3. Conducta compulsiva La conducta compulsiva se establece como una respuesta a la tensión y tiene dos importantes formas de manifestación: Si dudo de haber dejado la puerta de la calle cerrada con llave, eso me produce una tensión interna que se puede anular si me molesto a volver a subir a comprobar que que la puerta esté cerrada. Ceder a una duda más allá de lo sensato y razonable tiene la virtud de trasformar a la duda en algo insaciable, ya que la sed o materia de la que se ocupa el dudar nunca se sacia con el agua dulce de la comprobación (en realidad se sacia con el gota amarga de la abstención).
Contra más sacrificios inútiles haga para ganar una seguridad total menos experimento la seguridad que proviene de estar realmente seguro por que me fío de mí mismo, y más dependo de un ritual tranquilizador que en vez de dar lo que promete corroe y mina más aún mi seguridad autónoma e independiente.
Para estar seguros de sumar bien, de conducir bien, de hablar bien, lejos de depender de actos compulsivos de control, debo aprender a confiar en mi-mismo/a, ensayando lo imprescindible, atreviéndonos a errar, aprendiendo a ser benevolentes y prácticos con nuevas equivocaciones.
La compulsión consiste, más que en una adecuada resolución de lo que la produce, en un desvío hacia otra cosa que nos distrae, que nos da placer o simplemente otra preocupación distinta.
2.4. Comer La comida es un salva-angustias muy utilizado. Comer es agradable, nos procure la sensación relajante de estar saciados y tranquilos. El sopor de una digestión contiene brumas en las cuales nuestras preocupaciones parecen ocultarse por momentos. Algunos alimentos que contienen azúcares, abundancia de hidratos de carbono (dulces, pastas, por ejemplo) tienen una inmediata virtud de desvío de atención. Los sentidos no pueden dejar de estar concentrados en los estímulos gustativos dando más cuerpo que alma atormentada. También el placer sexual puede tener esta utilidad de olvido-por-el-cuerpo y convertirse en una conducta compulsiva. La naturaleza recompensadora del placer tan instintivo del comer puede ser utilizada fácilmente para dulcificar lo amargo. Damos dulces a los niños más que para premiarlos por merecimiento como una forma de complacencia en verlos golosos y agradecidos, evitar la tristeza de una decepción, conquistar su afecto o desviar el ser reprochados u odiados por ellos.
No es infrecuente en la crianza infantil que la hora de comer sea una guerra, porque el niño no come la cantidad o calidad que pretendemos, lo hace de forma tan lenta que nos obliga a presionarlos, haciendo con ello que vaya todavía más lento y le divierta nuestro desespero de ver que se enfría la comida y que se nos acumulan las tareas pendientes.
La hora de comer puede tener unos contenidos que se asocian, como el placer de charlar tan querido a los humanos, pero también su reverso, el afán de discutir y hacernos reproches comiendo o mostrarnos hostilidad, tensión y frialdad (haciendo que la comida se atragante).
También podemos inducir en los niños una serie de sentimientos que pervierten el placer de comer como cuando nos avergüenzan de lo glotones, cerdos, asquerosos, maleducados, impresentables, etc. que somos, y cuyo eco se da con frecuencia en los sentimientos que surgen en la conducta bulímica, en la que la persona come para calmarse y ello le hace sentir culpabilidad, repugnancia, vergüenza, con lo que se genera una nueva ansiedad peor que la que se trataba de calmar y que de nuevo pide a gritos ser reparada con el pastel envenenado que la produce.
Si ya desde niños comemos más porque nuestros padres se angustien menos de sus ansiedades cuidadoras, no es de extrañar que de adultos comamos para des-angustiarnos y como una forma elemental de cuidarnos.
2.5. Compras Hay un buen número de fuertes impulsos y sensaciones que tienen esa misma componente de hacer olvidar, la cualidad de tinta negra que tapa la blanca angustia, como por ejemplo comprar. El comprar es emocionante porque incorporamos algo nuevo a nuestras posesiones, nos alegramos con esa nueva extensión del Yo a través de la cosa que tenemos, con ese crecimiento que vuelve pequeño el estado anterior de cosas y que nos hace sentir, al menos provisionalmente, como menos disminuidos.
La función de la compra puede tener añadidos especiales si además de ser consumo privado es medalla pública que los demás admiran y envidian, por la cual seremos mejor aceptados.
No cabe despreciar la fruición que produce la fantasía de ser envidiados. El estar en los ojos de los otros, que se alegren o les hagamos sufrir, ese personaje que imaginamos viéndonos pasear es un buen personaje para identificarse como película interesante que nos contamos.
La compra nos enajena por momentos en la mercancía que adquirimos, como si nuestro Yo se posara en ella otorgándole una vida reluciente, traspasadora ilusoria de preocupaciones y estados lamentables de pobreza anterior.
La compra proyecta nuestros deseos un poco más allá, aumentando nuestra capacidad de éxito. Si nos vemos con ropa nueva podemos sentir como si fuésemos más atractivos, como si tuviésemos mayor poder de seducción.
Si adquirimos un artilugio audiovisual, deportivo, útil del hogar,etc. también ello nos hace adivinar escenas de intensa satisfacción que nos prometemos. Experimentamos el goce "como si' ya gozásemos, sin el trabajo de gozar, sólo con el fácil recurso -tan hiper-simplificado hoy en día gracias a la tarjeta de crédito- de comprar en un santiamén, incluso con una llamada de teléfono o con un click del ratón en una tienda virtual
2.6. Cleptomanía El impulso a robar un objeto, muchas veces carente de especial utilidad y que incluso se puede tirar a la basura una vez pertrechado el hurto, es provocado preponderantemente por la emoción intensa que proporciona el riesgo. La intensidad emocional está alimentada tanto por salirse airososos como por la posibilidad de ser vistos. Muchos cleptómanos comenzaron a realizar pequeños robos y sisas en su infancia, como una forma de expresar carencias de afecto (sustituyendo pasiones por posesiones). Aunque los niños estén mimados y bien atendidos, el contacto emocional verdadero puede faltar más de lo que parece a primera vista, porque los padres se fijan en la superficie del hecho de tener un hijo (tenerlo muy bien vestido y agasajado) pero en realidad esas floridas atenciones disimulan una falta de contacto emocional, verdadera intimidad y confianza. Se produce un bloqueo del tipo "sin-tí pero-contigo': ni el niño tiene aparentemente motivo de quejarse (y de hecho sus sentimientos de rechazo e ira los entiende como una maldad incomprensible que le vuelve indigno de la bondad de los padres) ni tampoco logra querer limpiamente a quienes ensuciaría con sus aspiraciones impostoras.
Aprende pronto a fingir, a poner sonrisa angelical mientras que su perversión aumenta en forma proporcional al éxito del disimulo. Un robo delataría su verdadero ser aquejado del virus de la insatisfacción, pero su capacidad de simulación es tan consumada que prácticamente nunca le cogen. Parece que más bien se ve recompensada su hazaña de robar, su papel teatrero de bueno por fuera, malo por dentro.
Las tensiones pueden dividirnos de igual manera -una vez adultos- en 'normales' cara a las demás personas, y 'torcidos' para el fuero interno. El impulso de coger un objeto de un amigo al que se visita, en un restaurante o en un supermercado, canaliza, expresa y conduce la angustia en este escenario de osadía y posibilidad abismal de ser reconocidos como ladronzuelos (con lo que provocaríamos el rechazo de todos que verían nuestra turbia realidad).
La emoción del robo en sí misma es tan fuerte que su vida palpitante devuelve por instantes un refugio para olvidarse de algo que nos tortura. Nos da un sentido, una fuerza vital de la que de otro modo careceríamos.
Aunque pronto lo vida nueva que se nos promete nos quita la poca anterior que teníamos, llenándonos con el fruto contaminado del objeto oculto bajo las ropas, en los armarios, en los bolsos, lugares turbios que son prueba de aquello que humilla (esta vergüenza diferencia al cleptómano del psicópata social que no tiene ningún escrúpulo en disfrutar de su botín).
Como hemos descubierto la eficacia de la emoción del hurto como forma de escapar del sufrimiento, la usamos cuando la angustia nos atenaza, pero no vemos que de esta forma nos volvemos secretamente indignos y ello nos obliga a simular ser dignos -siempre con el temor de ser descubiertos- sin que ese esfuerzo proporcione la misma recompensa que a los que, esforzándose mucho menos, tanto les aprovecha.
La conducta cleptómana tiene consecuencias en la autoestima y la capacidad de animación de la persona, creando una especie de abismo entre los demás seres del mundo, con verdaderas necesidades, verdaderos sentimientos, personas de primera en suma, y el cleptómano, como carcomido por sus secretos, hecho de apariencias poco sólidas, y que en la medida que se ve atrapado en su propio círculo vicioso, va manchando todos sus rasgos positivos hasta verse a si mismo en la negrura de lo repugnante.
La cleptomanía actúa como un cáncer, que nace en nosotros, en nuestra propia carne, pero que al mismo tiempo va creciendo contra nosotros. Para curar este cáncer existe la medicina del reconocimiento del bien verdadero, de aquel que tal vez no nos dieron cuando decían que nos lo daban, de aquel que realmente tuvimos cuando más bien nos alababan por otro que no nos interesaba o que no era nuestro, del bien que podemos hacer siempre a los demás participando de su vida, la verdad luminosa del éxito en lo que más nos calma, (en contraste a prohibirnos el contacto pensando en que conocidos seríamos rechazables), verdadera intimidad, verdadera comunicación y el placer de estar dentro de la ley común -ser uno mismo/a aceptable.
2.7. Trabajar El trabajo cansa y la productividad disminuye más allá de ciertos límites dados por la naturaleza de las tareas y la capacidad que tenemos para ejecutarlas. Dolerse más, agotarse hasta límites de embotamiento, monopolizar la mente con las importantes y sagradas cuestiones profesionales, todo ello tiene un matiz de bálsamo producido por la medicina del deber muy bien cumplido.
Cuantos desaires de pareja, dificultades con los roles de crianza de los hijos e insatisfacciones personales de todo tipo son aliviados pretextando un ineludible compromiso laboral que alarga tanto el horario laboral que suprime todo otro tiempo en el que se podría sufrir. No sólo pensamos en el trabajo fuera de la casa, también la profesión de 'sus labores' es susceptible de esta dinámica, como en el caso de la pasión por la limpieza perfecta de la casa, que devora todas las energías).
Es algo así como si en vez de huir en el espacio y apartarnos del lugar que nos produce problemas, lo que conseguimos volcándonos en el trabajo es demorar, apartar y dejar pendientes las cosas desagradables arropados por el pretexto de urgencias mayores.
La necesidad de huir por el trabajo (o el estudio, las personas que están en periodo de formación u oposiciones) podría llegar tan lejos que inventemos tareas, proyectos y problemas sólo con la secreta intención de que ello se convierta en una nueva costumbre de que lo excepcional y urgente sea sustituto de vida (con promesa de que el resto de la vida aparecerá cuando acabe la etapa excepcional,es decir, entonces ya será tarde o no sucederá nunca ese momento).
Matarse trabajando es una forma eficiente de suicidio, de que se muera parte del Yo que da angustia. Mientras que el cansancio aparece como noble muerte, en contraste la vida le parecería al adicto al trabajo una mala vida que vivirse.
Esta forma fugitiva de agotarse para huir, no trae paz, sino que complica la guerra. No por engañar a nuestras necesidades como seres humanos completos logramos que la angustia desaparezca, sino que más bien aumenta como el rumor de los motores de una ciudad atascada.
No querer pensar, como si el pensamiento que trae dolor fuera malo, es un error estratégico. Pensar, y mejor aún, expresar en palabras, escribir sobre los nos preocupa, es poner nuestra inteligencia en marcha para resolver las dificultades. Cabe considerar que hasta podríamos lograrlo y nos estaríamos perdiendo esa solución realmente satisfactoria.
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