Un hombre caminaba por un valle de los Pirineos franceses cuando encontró a un viejo pastor.
Dividió con él su alimento y permanecieron largo rato conversando sobre la vida.
En un momento dado, el tema comenzó a girar en torno a la existencia de Dios. -Si yo creo en Dios -dijo el hombre-,
tengo que aceptar también que no soy libre.
Y nada de lo que hago es de mi responsabilidad.
Pues las personas dicen que él es omnipotente y conoce el pasado, el presente y el futuro. El pastor comenzó a cantar.
Como estaban en un desfiladero de montañas, la música sonaba suavemente y llenaba el valle. De repente, el pastor interrumpió la música y comenzó a blasfemar contra todo y contra todos.
Los gritos del pastor también se reflejaron en las montañas y volvieron hacia donde ambos se encontraban. -La vida es este valle, las montañas son la conciencia del Señor y la voz del hombre es su destino -dijo el pastor-.
Somos libres para cantar o blasfemar, pero todo aquello que hagamos será llevado ante él y nos será devuelto en la misma forma.
Dios es el eco de nuestras acciones.
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