sábado, 22 de abril de 2017

Cuando saltes de alegría


aves y reflexiones

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No siempre la soledad es mala compañía


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No siempre la soledad es una mala compañía

En general, los geriatras abominan de la soledad en la vejez, por sus presuntos malos efectos. Sin embargo, a veces produce beneficios.
La doctora española Ramona Rubio, psicogerontóloga y gran especialista en "envejecimiento activo" acaba de pronunciar una conferencia en la que argumentó contra la idea de que la soledad en los mayores es, como suele creerse, un problema gravísimo que debe atajarse a la mayor brevedad.

En su opinión, por el contrario, si, Picasso o Juan Ramón Jiménez no hubieran gozado de la suficiente soledad personal, sería inconcebible que hubieran llegado a producir obras tan extraordinarias para el género humano.

Tan extraordinarias, puesto que uno de los factores más provechosos y positivos de la soledad es el impulso espontáneo hacia un territorio propio y nuevo donde establecerse y restablecerse con una salud y vigor desconocidos.
La constante monserga social tratando de inventar labores para dar quehacer a las personas mayores no consigue, en numerosos casos, sino atosigarlas y hacerlas desear una tranquilidad mortal.
Aproximadamente de este modo plantea también Rubio que la depresión en la tercera edad no sería una consecuencia directa de hallarse sin suficiente compañía sino de sentirse tóxicamente presionado por los demás.

En ciertos casos, los suicidios reales o simbólicos pueden atribuirse a la ausencia de ilusiones u objetivos, pero en otros la opción de morir viene a ser la elección de una salida airada. Hacia el aire libre.
El hecho de que gran proporción de personas mayores, especialmente mujeres, se aficionen a la pintura de paisajes cuando enviudan o envejecen guarda relación con el anhelo anterior.
El cuadro que pintan con todo esmero da cuenta de sus deseos por componer un escenario propio donde, de una u otra manera, las dejen en paz.
Se esfuerzan en ser obedientes a la "terapia ocupacional" que se les recomienda pero secretamente juegan con los trozos de salud y enfermedad, de venganza o imaginación que les quedan.
Con todos ellos construyen ese rompecabezas de formas y colores que trasciende su descolorida soledad y la llevan hasta un paraje o una imagen fuera de sí, para estar en ella y dentro de ella.

La firma Shiseido empleaba recientemente un eslogan para promocionar sus productos de cosmética que decía: "Recupera el rostro de tu memoria".
En la memoria debe explorarse la recuperación en cualquier supuesto, pero ¿precisamente el rostro? ¿Y qué rostro de los muchos poseídos?
En la soledad sonora de cada mayor -y no tan mayor- luce una imagen reina.
La imagen de un ser amable y optimista, confiado y bondadoso, y cuyo resplandor en la cara lo dice todo: la alegría de vivir y de vivirse y de vivir a otros.
Rostro matriz que después, en la evocación del personaje famoso, la prensa repetirá una y otra vez, y el personaje común ocupará las repisas de la casa.
Si toda biografía puede entenderse como una secuencia, ese instante de emanciparse es como un único fotograma. Y ese único fotograma es la plenitud.
Prácticamente no hay más fotos importantes. Fotos similares, complementarias, coetáneas puede haber, pero todas ellas convergen hacia ese relente de la vida que se comporta como un imán tanto para uno mismo como lo fuera acaso para las demás personas.

El dolor de la soledad es el máximo dolor estando vivos, pero en definitiva puede llevarse bien.

Copyright Clarín y V. Verdú, 2010